Experiencia escatológica

Oh, no te he relatado mis experiencias ayer a cami agüela. Ha sido, creo, el día que más he lamentado no llevar a mano una cámara fotográfica o una tomavistas, para retratar y grabar los espeluznantes parajes que a continuación te describiré:

La casa de mi abuela tiene en su primera planta una cartería, un bar y una clínica de dentista desmantelada, destinados ahora a guardar chismes y acumular polvo.

Resulta que entro yo a comprobar el estado de un valiosísimo buró de madera maciza que se halla en la cartería, y me encuentro allí con una humedad comparable a la del Amazonas.

Me adentro y puedo observar cómo en el suelo hay un charco de color pardo, muy opaco, de unos tres dedos. Buscando el origen del agua no tardo en encontrar también una pequeña cascada de agua en la pared, pequeña pero muy visible y audible, parecida a esas pequeñas cascadas horteras que venden que se enchufan a la pared. El charco se extendía unos 30 metros cuadrados, por la cartería y el bar.


Paso al dentista, la pared colindante, y me encuentro también las ventanas empañadas y que ha reventado un tubo y en ese lado se ve salir de la pared no una cascada, sino un pequeño géiser que sale hacia arriba

Todas las estancias del bar y de la cartería, que son 4 habitaciones, tapizadas de un espeso mosaico de hongos en las paredes y el techo, esferas de gran variedad de dimensiones y colores (verde, amarillo, marrón, gris...) y varias piezas de grueso cuero curtido que allí había, p. ej. la valija de mi abuelo, totalmente VERDES.

Pero esto no es todo:

Salgo al patio de atrás y se me ocurre inclinar ligerísimamente una tubería que da a aquel patio, cubierto de altísimas hierbas y donde es imposible avanzar sin tropezarse con alguna de las cosas que mi abuela fue lanzando allí a lo largo de los años (barreños, ventanas viejas, puertas, garrafas de cristal, losas de mármol, palos de escoba, persianas, una artesa...)

Cuán grande fue mi sorpresa cuando veo que el tubo reacciona a mi ligera presión vomitando impetuosamente un grueso chorro de genuina MIERDA humana. Y no deja de caer, primero en grumos y luego ya más líquidamente. Al inclinarlo un poco más multiplica por tres su potencia.

Me asomo debajo, que hay como un levadizo de donde nace este tubo y otro más que aboca en una esquinuja y por tanto no es visible desde las zonas habitualmente habitadas de la casa (ver ilustraciones). Este último tubo tiene debajo varios ladrillos convertidos en una fuente que bien podría haber estado en el Bosque Viejo, cubierta del musgo más verde y espeso que he visto yo.


Detalle de ambos tubos, el que echaba un pequeño chorrillo que alimentaba a esos musgos de la penumbre y el otro, que sobresale del levadizo responsable de que exista esa especie de cueva, donde antes se ubicaba un pozo. Eso que parece una fuente no es sino un gran barreño metálico que casualmente estaba ahí y recibía gran parte del hediondo manantial, colmándose en cuestión de minutos.


La casa también tiene un huerto con grandes árboles secos y mucha maleza y un par de habitaciones que dan al patio, una era una cocina pa la matanza y otra las cuadras. Ambas están con miles de telarañas, sillas amontonadas y botellas de anís y ginebra de hace 25 años sin abrir y, en las cuadras, una montaña de garrafas de anís, botellas de veneno y aperos agrícolas, además del esqueleto de una cama antiquísima, roída. En las fiesta, de vez en cuando bajo y abro alguna de esas añejas botellas de las que es imposible leer la etiqueta por la gruesa y dura capa de polvo encostrado.

Voy a cagar y ducharme, que tanto hablar de chorros de mierda me ha inspirado, y precisa quitarme un poco la sedimentación de polvo, barro y hongos que llevo encima.

Planas qu'angunos fiajes me s'apetece 'esfisar